Hace tiempo encontré la pieza que os copio a continuación (sí, tendrá licencia de reproducción de alguna revista que guardé del instituto, no importa, es una escena). Es una vuelta al teatro clásico español, con menor estilo, pero que en su día me sobrecogió. Espero que a vosotros, lectores, también os mueva de algún modo.
ESCENA I
Aposento de la dama Elisea. Entra don Germán de Torres, joven caballero, después de subir las escaleras entre alborotos.
Don Germán:
¿Qué sucede, mi señora?
Me urge veros por amor y vuestros
Criados me retienen en la puerta
Doña Elisea:
No debisteis desafiar a mis criados.
Yo les mandé guardaros lejos de mi presencia.
No es mi deseo ver vuestra noble figura.
No sois bien recibido en esta casa,
Ya no podréis atormentarme
Con vuestros gestos vacíos
Y vuestras falsas palabras.
Don Germán:
Soy indigno de vuestra condena.
Imploro por clemencia, mi amor.
¿Cuándo os he herido con tal gravedad?
Doña Elisea:
¡Marchaos! Os suplico. No queráis
Hacerme padecer este angustioso mal,
Que a mi corazón aflige y a mi juicio trastorna.
Hace de mi nombre una oración en el viento
Y de mi vida, un lejano recuerdo.
¡Marchaos, caballero!
Don Germán:
Mi amor está consagrado a vos.
Hereje soy por adoraros.
Decid que esas palabras son
Para un entendimiento mayor
Que el que yo poseo.
No es posible ser dichoso a la luz del día
Y doliente a la luz de la vela. Decidme
¿Qué mal ha causado este pobre infeliz?
¿Cuánto ha de sufrir por algo que no concibe?
Doña Elisea:
Extraño se hizo en mis labios
Vuestro nombre, caballero.
De tanto amaros y de tanto padecer
No desean más que olvidaros.
Don Germán:
¡Oh!¡Agonía, mi amor!¡Elisea!
Se ha mezclado el mal con el bien.
Se han confundido sus formas.
Nunca habría yo hecho gesto
O pronunciado palabra que os causara mal.
¿Qué extraña locura os ha hecho
Pronunciar esas palabras?
Doña Elisea:
Vuestra dicha consternaba la mía;
Pues raramente han
Compartido sus miradas.
No llaméis locura al desengaño,
Ni loco al que padece.
Así como no es descuidado el que la causa
Ni ingrato el que no comprende.
Don Germán:
¡Callad!¡Así como el día
Va oscureciendo y derrama
Un aliento frío, así, así va de igual
Modo pereciendo mi corazón.
Doña Elisea:
El día también fue cálido,
Ardiente, luminoso y…
Pero vos entonces, no os fijasteis en ello.
Es cierto, la noche es oscura en el alma.
Nunca hubo dama que os amara
Con tanta devoción. Pero pecasteis
Al reír mis penas y llorar mis alegrías.
Don Germán, mi corazón ya os perdono por ello.
Es vuestra piedad a la cual yo ruego.
Abandonadme, por favor
Y hacedme algo más feliz en mi amargura.
Don Germán:
¡No! No castiguéis más
Mis pobres oídos que no son
Culpables de lo que oyen.
Me queréis, pero decís que me odiáis,
Que os causo mal, os inflijo dolor.
¿Qué corazón puede entender esto?
Doña Elisea:
No deseo veros, ni hablaros.
No quiero complaceros con ningún gesto.
Abandonad mi corazón y mi casa. Por siempre.
Don Germán:
Vuestras palabras no son firmes, titubeáis.
No puedo creeros, amor.
¡Oh!¡Dios misericordioso!
El dolor que causa mi amor
Me hace esclavo de esta amarga indecisión.
He de dejaros, pues vuestra sentencia
Ha sido pronunciada. Pero el dolor
Que me causará a mí el dejaros
No podrá ser comparado con ningún otro.
El infierno y sus tiniebla serían misericordia,
Misericordia. ¡Tened piedad de mí, mi amor!
Mi voluntad no desea enemistarse
Con la vuestra. No puedo dejaros,
Así como no puedo odiaros.
¿Tanto deseáis mi marcha?
Doña Elisea:
¡Cruel! ¡Maldito por siempre!
¡No habéis hecho tanto mal nunca!
¡Villano!¡Oh!¡Por este Dios clemente, abandonad mi casa!
¡Dejad de lamentar lo que aún no
Queréis comprender! ¡Maldito! ¡Maldito seáis!
Don Germán:
Injuriadme si queréis.
Nunca imaginó este ingrato enamorado
Que ofrecía desdicha cuando amor recibía.
¿Cómo no se dieron cuenta estos ojos?
Aunque me atravesaseis el corazón
Con mi propia espada, no igualaríais este dolor.
Y aún así, os seguiría amando.
¿No veis mis lágrimas, Elisea?
Doña Elisea:
¿Y vos no veis las mías, Don Germán?
¿Es que acaso las vuestras son más valiosas
Por ser de un amor marchito?
¿Ya no sois galante ni engreído?
¡Salid de mí, os lo ordeno! ¡Idos por siempre!
Don Germán:
Habéis hecho que mi corazón
Se convierta en un lecho de espinas.
Allí dormita herido este amor,
Que por querer liberarse, sangra
Y por sufrir encerrado: muere.
¿Tanto es el daño que querer provoca?
¿Cómo permite el cielo tal aberración?
Os desentendisteis de vuestros sentidos
Para castigarme por amaros;
Pues no podéis premiarme por odiaros.
Y, en mi total desesperación,
No sólo vuestra lengua me martiriza.
No soy inmune a vuestros escarnios,
Pero me tortura el espíritu aún más,
Cómo me matáis dulcemente con vuestra mirada.
Me habéis apagado en vuestro corazón,
Como hacéis con la llama
Que exaspera vuestra calma.
¡Que Dios os guarde, mi señora Elisea!
Mi amor malherido no sanará;
Contrario a su padecer, sostendrá
Con orgullo el calor que un día
Le brindó un ángel terrenal.
¡Adiós, mi ángel!
Marcha con prisa el caballero en lágrimas, queda la dama también llorando.
———————————————————————————————————————————————————-
Curioso es que recuerdo que terminé de escribir la escena también llorando. Y que la historia quedó guardada en un cajón hasta que volví a desempolvar todos mis papeles y con ellos, mis recuerdos.
12/04/11 at 9:16 AM
Te dije el otro día que me ENCANTÓ la escena… No sabía que tuvieses esas dotes 😉
12/04/11 at 9:22 AM
😀 es lo que me ha animado a re-publicarla. Yo también me sorprendo a veces 😛